25 de abril de 2020
Estamos tomando 21 días como iglesia para enfocarnos en la oración. Durante este tiempo, vamos a crecer en la oración alimentándonos del libro de alabanzas del pueblo de Dios, los Salmos. Te invitamos a que leamos y meditemos en el salmo cada día y luego, en respuesta, oremos ese salmo cada uno en sus propias palabras. Al final de cada devocional encontrarás un modelo de como orar el salmo. El propósito de este tiempo es que todos crezcamos en nuestra vida de oración y ajustemos nuestro ritmo al latir del corazón del Señor.
Hace la diferencia cuando te refugias solo en Dios, ¿no?
Este salmo comienza con una petición. David simplemente le está pidiendo a Dios que cuide de él, que lo mantenga a salvo. ¡Durante esta pandemia, parece que esta oración está en muchos de nuestros labios! Reflexionemos por un momento y autoevaluémonos… ¿en quién o en qué estamos poniendo nuestra confianza? El salmista no puso su mirada en nada ni en nadie más, su esperanza estaba en Dios. Él confía plenamente en su Señor y así lo expresa en los versículos 2-4. En los versículos 5 y 6, David reconoce al Señor mismo como su verdadera herencia espiritual, y aunque la vida del salmista había sido muy bendecida materialmente, el reconocía que ninguna abundancia terrenal era más importante que su relación con Dios. La siguiente estrofa del salmo, versículos 7–8, nos muestra el resultado natural de recurrir a Dios y confiar siempre en él: ¡alabanza! Esta alabanza se encuentra con la afirmación de que Dios no abandonará a sus hijos.
Finalmente, el salmo concluye con la alegría del salmista y la confianza de que el Señor lo protegerá de la muerte. ¡Esto nos muestra cómo la conciencia de la presencia de Dios en nuestras vidas trae dirección y esperanza para toda la eternidad!
Te animamos a que leamos el Salmo 16 y encontremos refugio solo en el Señor. ¡Pídele que te mantenga a salvo y proclama continuamente el gozo de tu salvación! Esto marcará una gran diferencia en tu vida.
Salmos 16
Una herencia escogida
Mictam de David.
1 Guárdame, oh Dios, porque en ti he confiado.
2 Oh alma mía, dijiste a Jehová:
Tú eres mi Señor;
No hay para mí bien fuera de ti.
3 Para los santos que están en la tierra,
Y para los íntegros, es toda mi complacencia.
4 Se multiplicarán los dolores de aquellos que sirven diligentes a otro dios.
No ofreceré yo sus libaciones de sangre,
Ni en mis labios tomaré sus nombres.
5 Jehová es la porción de mi herencia y de mi copa;
Tú sustentas mi suerte.
6 Las cuerdas me cayeron en lugares deleitosos,
Y es hermosa la heredad que me ha tocado.
7 Bendeciré a Jehová que me aconseja;
Aun en las noches me enseña mi conciencia.
8 A Jehová he puesto siempre delante de mí;
Porque está a mi diestra, no seré conmovido.
9 Se alegró por tanto mi corazón, y se gozó mi alma;
Mi carne también reposará confiadamente;
10 Porque no dejarás mi alma en el Seol,
Ni permitirás que tu santo vea corrupción.
11 Me mostrarás la senda de la vida;
En tu presencia hay plenitud de gozo;
Delicias a tu diestra para siempre.
Versión Reina-Valera 1960 © Sociedades Bíblicas en América Latina, 1960. Renovado © Sociedades Bíblicas Unidas, 1988.
Padre, te agradezco por amarme y enviar a tu hijo Jesús a pagar el precio de mis pecados. Gracias por darme la vida eterna al confiar y creer en Jesús. Padre, ayúdame a recordar que puedo refugiarme en ti y dame la confianza y la fuerza para seguirte a diario. ¡Padre, no hay nadie más grande que tú! Te alabo porque sé que siempre me guiarás a lo que es mejor para mí. “Tú eres mi Señor, mi bien; nada es comparable a ti”. (Salmo 16: 2 DHH) Padre, enséñame a proclamar implacablemente el gozo de mi salvación y a darte siempre la gloria a ti. En el nombre de Jesús, amén.
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