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La resurrección y la profecía aún por cumplirse

Lucas 21:25-28

Autor: Bo Patterson

Devocional

Jesús ha resucitado. Su vida, muerte y resurrección han cumplido más de 100 profecías en un período de 33 años. ¡Reina supremo como el Hijo de Dios y Rey de reyes! Pero aún tiene más por hacer. Cien profecías pueden parecer muchas, pero son solo el comienzo. John MacArthur señala (cursiva añadida para énfasis):

“La profecía ocupa una quinta parte de la Escritura. Y de esa quinta parte, un tercio se centra en la segunda venida. Hay más de 650 profecías generales en la Escritura, de las cuales la mitad se refieren a Cristo. Y de las aproximadamente 330 que se refieren a Cristo, 225 apuntan a su segunda venida. De los cuarenta y seis profetas del Antiguo Testamento, menos de diez hablaron de su primera venida. Treinta y seis hablaron de su segunda venida.

Hay más de 1,500 pasajes en la Escritura que se refieren a la segunda venida, uno de cada veinticinco versículos en la Biblia. Por cada vez que la Biblia menciona la primera venida del Mesías, menciona ocho veces su segunda venida. Por cada vez que la Biblia menciona la expiación, menciona dos veces su segunda venida. Jesús se refirió a su regreso veintiuna veces y en el Nuevo Testamento se nos dice más de cincuenta veces que estemos preparados para su regreso.”

¿Estás preparado para su regreso? La primera venida de Jesús fue apenas un vistazo de su poder, obras y reinado.

Lucas 21:25-28 describe la Segunda Venida así:

25 “Habrá señales en el sol, la luna y las estrellas. En la tierra, las naciones estarán angustiadas y perplejas por el bramido y la agitación del mar. 26 Se desmayarán de terror los hombres, temerosos por lo que va a sucederle al mundo, porque los cuerpos celestes serán sacudidos. 27 Verán entonces al Hijo del hombre venir en una nube con poder y gran gloria. 28 Cuando comiencen a suceder estas cosas, cobren ánimo y levanten la cabeza, porque se acerca su redención.”

Paso de acción: Comparte a Jesús esta semana. Ora para que Dios te dé una oportunidad y estés preparado. Pregunta a alguien cómo fue su Semana Santa y escucha si Jesús estuvo ausente. Comparte lo que Jesús ha hecho en tu vida. Pregunta: “¿Hay alguna razón por la cual no quieras seguir a Jesús ahora mismo?” Si no la hay, ora con esa persona para que el Jesús resucitado transforme su corazón y su vida para Su gloria.

Sepultado en la tumba de un hombre rico

Isaías 53:9, Mateo 27:57-60

Autor: Nhora Medina

Devocional

“Y se dispuso con los impíos su sepultura, mas con los ricos fue en su muerte; aunque nunca hizo maldad, ni hubo engaño en su boca.” — Isaías 53:9

El hecho de que Jesús fuera crucificado en medio de criminales y muriera como si hubiera sido uno de ellos, hizo suponer que sería sepultado también como uno de ellos… como un criminal. Pero Dios ya había establecido a través del profeta Isaías que el cuerpo de Su Hijo sería colocado en la tumba de un hombre rico. Esta profecía se cumplió cuando José de Arimatea, un discípulo adinerado, tomó el cuerpo de Jesús, lo envolvió en sabanas limpias y lo puso en su propio sepulcro nuevo (Mateo 27:57-60).

¿Por qué es tan importante este detalle?

• La Veracidad de la Palabra de Dios:

Cada palabra de la Escritura es verdadera. Incluso los detalles más pequeños de la vida y muerte de Jesús fueron profetizados siglos antes de suceder, recordándonos que Dios es soberano sobre toda la historia.

• La Inocencia de Jesús:

Mientras que los criminales eran enterrados sin honor, Cristo, aunque crucificado como un criminal, recibió una sepultura digna. Esto subraya su justicia: Él no cometió pecado, pero cargó con los pecados de la humanidad. — (2 Corintios 5:21)

• La Esperanza de la Resurrección:

La tumba prestada simboliza temporalidad y transición. Jesús no permaneció en la muerte; resucitó, venciendo la tumba. Esta victoria sobre la muerte nos llena de esperanza y nos asegura la promesa de vida eterna para quienes confiamos en Él.

¿Te has detenido a pensar en lo profundo del amor de Dios al enviar a Su Hijo inocente para cargar con nuestros pecados? Al meditar en este misterio divino, te invito a renovar tu fe y a confiar en que, así como Dios cumplió Su palabra en la sepultura, Él cumplirá todas Sus promesas en tu vida.

Oración:

Señor, gracias por Tu perfecto plan. Ayúdame a confiar en tus promesas, sabiendo que siempre eres fiel. Amén.

Herido por nuestras transgresiones y ni un solo hueso fue quebrado

Isaías 53:5, Juan 19:31-37, Salmo 34:20

Autor: Jeremy Hamblen

Devocional

En una colina oscurecida llamada el Calvario, antiguas promesas encontraron cumplimiento divino ante una audiencia mixta de amigos y enemigos. Allí, el Siervo Sufriente de Isaías colgaba sin vida en la cruz, cumpliendo dos profecías que parecían contradictorias: su cuerpo fue herido por nuestros pecados (Isaías 53:5), y sin embargo, ni un solo hueso fue quebrado (Salmo 34:20). Una profecía se cumplió por lo que sucedió, la otra por lo que no sucedió—una tensión que no está destinada a resolverse, sino a reconciliarnos con Él, el soberano de todo.

Emanuel—el autor y arquitecto de nuestra humanidad, quien vino a nosotros hecho como uno de nosotros—fue totalmente hombre, plenamente Dios, y siempre estuvo obrando.

Solo en Su plenitud la destrucción pudo traer salvación.

Solo en Su plenitud la justicia pudo convertirse en misericordia.

Solo en Su plenitud la víctima pudo ser el vencedor.

Solo en Su plenitud el cordero pudo ser el león.

Solo en Su plenitud la desesperación pudo convertirse en esperanza.

Solo en Su plenitud la muerte pudo dar paso a la vida.

En el cuerpo de Cristo, traspasado pero protegido, se encontraron el juicio y la misericordia. La ira divina encontró su blanco dispuesto en el retoño de Isaí ocupando el lugar que nos correspondía a nosotros.

Esto no fue un accidente, como registró Juan: “Estas cosas sucedieron para que se cumpliera la Escritura” (Juan 19:36). Las violentas heridas que Jesús sufrió para pagar por nuestra rebelión contrastan con la protección de sus huesos. Esto no solo apunta al cordero de la Pascua sin defecto y sin huesos rotos (Éxodo 12:46), sino que, para los lectores originales de David, “sus huesos” simbolizaban y representaban todo Su ser.

Este doble cumplimiento revela a Cristo en su obra completa: nuestro sustituto, que llevó nuestras heridas; nuestro sacrificio, cuya ofrenda sin mancha aseguró la expiación; y nuestra victoria, cuyo cuerpo preservado anticipó la resurrección. En su cuerpo, la realidad de la muerte y la certeza de su resurrección coexistieron en perfecta tensión. Cristo encarnó todos los propósitos divinos en sí mismo.

En este Viernes Santo, nos encontramos en la encrucijada del juicio y la misericordia, contemplando las heridas que nos sanan y la promesa de Su cuidado. “Él fue herido por nuestras transgresiones… ni uno de sus huesos será quebrado.” En estas palabras proféticas hechas carne, hallamos nuestra esperanza: juicio soportado, redención asegurada, resurrección garantizada. ¡Un verdadero Viernes Santo!

El Sorteo de su Ropa / “El Siervo Sufriente Abandonado”

Salmo 22:18, Juan 19:23-24

Autor: Rebecca Patterson

Devocional

“Cuando los soldados crucificaron a Jesús, tomaron sus vestiduras y las dividieron en cuatro partes, una para cada soldado, y apartaron también su túnica. Pero la túnica no tenía costura, estaba tejida de una sola pieza de arriba abajo. Por eso se dijeron unos a otros: “No la rasguemos; echemos suertes para ver a quién le tocará”. Esto sucedió para que se cumpliera la Escritura que dice: “Se repartieron entre sí mis vestidos y sobre mi ropa echaron suertes”. Así lo hicieron los soldados (Juan 19:23-24).

“Se reparten entre sí mis vestidos y sobre mi ropa echan suertes” (Salmo 22:18).

El Salmo 22, escrito por David, está lleno de profecías que representan a Jesús como el Siervo Sufriente. El Mesías entronizado dejó el cielo para servir y sufrir por la humanidad, proporcionando el camino para la expiación total y el perdón de nuestros pecados. Jesús renunció voluntariamente a su gloria celestial para venir a la tierra en carne humana.

Cuando los soldados lo despojaron de sus vestiduras, echaron suertes por ellas, sin saber que estaban cumpliendo la profecía del Salmo 22:18. El sorteo de la ropa era una práctica común, ya que los soldados recibían las vestimentas de los crucificados como una especie de “propina”. En el relato de Juan, vemos el cumplimiento de la profecía: la túnica de Jesús, tejida en una sola pieza, tenía más valor intacta que dividida, por lo que los soldados apostaron para determinar quién se la quedaría.

Jesús, despojado de sus únicas prendas terrenales, quedó expuesto físicamente ante el mundo mientras cargaba el pecado de la humanidad. Esto nos recuerda a Adán y Eva, quienes, tras pecar, se dieron cuenta de su desnudez y se escondieron. En ese momento de total vulnerabilidad, mientras llevaba nuestros pecados en la cruz, Jesús experimentó la separación de su Padre Santo y clamó:

“Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?” (Salmo 22:1; Mateo 27:46; Marcos 15:34).

Pero ¡gloria a Dios! Jesús ahora está sentado a la diestra del Padre y un día regresará con vestiduras reales.

Nosotros intentamos cubrir y ocultar nuestros pecados, pero la única manera de ser verdaderamente perdonados y librarnos de una vida separados de Dios es exponerlos y confesarlos ante nuestro Salvador, el Siervo Sufriente. Solo entonces podremos ser cubiertos por la sangre sacrificial de Jesús.

Silencioso ante sus Acusadores

Isaías 53:7, Mateo 27:12-14

Autor: Abigail O’Neel

Devocional

Isaías 53:7 nos ofrece un poderoso vistazo a la inquebrantable determinación del Siervo Sufriente:

“Maltratado y humillado, ni siquiera abrió su boca, como cordero fue llevado al matadero, como oveja que enmudece ante su trasquilador, ni siquiera abrió su boca.”

Siglos después, Jesús cumplió esta profecía con una precisión asombrosa. Cuando estuvo ante el Sanedrín, falsamente acusado de blasfemia (Mateo 26:59-63), y luego ante Pilato, acusado de sedición (Mateo 27:11-14), no se defendió. Pilato se asombró de su silencio y le preguntó: “¿No oyes de cuántas cosas te acusan?” (Mateo 27:13). Sin embargo, Jesús, el Cordero de Dios, permaneció callado. ¿Por qué?

El pastor Adrian Rogers trata de comprender este misterio: “Si Jesús se hubiera justificado, me habría condenado a mí”. Él ocupó nuestro lugar y, para hacerlo, tuvo que soportar el peso de nuestro pecado. Si Jesús se hubiera defendido, habría desmoronado el propósito mismo de su misión: entregar su vida voluntariamente y en sustitución por sus ovejas (Juan 10:11-18). En lugar de justificarse, se hizo culpable ante los ojos de Dios—no porque lo fuera en realidad, sino porque cargó con nuestra culpa, haciéndose pecado por nosotros (2 Corintios 5:21)—para que pudiéramos ser hechos justicia de Dios.

Su silencio no fue debilidad ni derrota; fue un acto deliberado del Buen Pastor para dar su vida por sus ovejas y asegurar su redención (Juan 10:11-18). Charles Spurgeon reflexiona sobre el silencio sumiso de Jesús y señala que, mientras nosotros somos como ovejas en nuestra necedad, Jesús fue como una oveja en su paciencia perfecta. Despojado de honor y gloria, Jesús soportó la cruz para que nosotros pudiéramos entrar por Él—la puerta—y encontrar vida abundante (Juan 10:9). En Romanos 8:1 se declara el resultado de su sacrificio: “Por lo tanto, ya no hay ninguna condenación para los que están en Cristo Jesús”.

En su silencio, Jesús cumplió la profecía y reveló la profundidad de su gracia, asegurando que nuestra culpa quedara silenciada para siempre.

Abandonado por sus Discípulos

Zacarías 13:7, Mateo 26:31, 56

Autor: Raegan Wolff

Devocional

“Esta misma noche —dijo Jesús— todos ustedes me abandonarán, porque está escrito: “Heriré al pastor y se dispersarán las ovejas del rebaño” — Mateo 26:31; Zacarías 13:7

Traicionado por uno, ahora abandonado por los demás. En un jardín, en la oscuridad de la noche, Jesús se queda sin sus seguidores y amigos más cercanos. Está solo para enfrentar las próximas horas de juicios ilegales, golpes, burlas y, finalmente, la cruz. Solo, sin nadie que lo defienda ni permanezca a su lado.

El jardín del Edén fue el lugar donde comenzó la traición contra Dios, y ahora, en el jardín de Getsemaní, la traición y el abandono hacia Jesús cumplen la profecía de que Él es nuestro Redentor.

Horas antes de su arresto y de que sus discípulos huyeran en la noche, Pedro proclamó valientemente que, aunque todos los demás lo abandonaran, él nunca lo haría. Afirmó que moriría por Jesús. ¿Dónde está Pedro ahora? ¿Dónde están los demás que decían amarlo, aquellos que vieron con sus propios ojos los milagros y señales del Mesías prometido? ¿Dónde está su fe en el Señor? El miedo venció su fe, pero solo por un momento.

Jesús les había advertido: “Velen y oren para que no caigan en tentación. El espíritu está dispuesto, pero la carne es débil” (Mateo 26:41). Sin embargo, ellos durmieron mientras Él oraba.

Aun sabiendo lo que estaba por venir—la traición, el abandono, los juicios, la tortura y la crucifixión—Jesús pensaba en sus discípulos.

Les dejó una última palabra de ánimo: “Pero después de que haya resucitado, iré delante de ustedes a Galilea” (Mateo 26:32).

Lo volverían a ver; Él resucitaría. Su fe sería restaurada.

Cuando sientas que has perdido tu fe en el Señor y Salvador, Jesús, busca ánimo en su Palabra. No todo está perdido en la oscuridad. El miedo no puede arrebatarte la fe. Solo es el principio del fin. Volveremos a ver a Jesús. No importa cuán oscura sea la noche, vela y ora. El espíritu está dispuesto, pero la carne es débil.

Un amigo lo traicionó por treinta monedas de plata

Salmo 41:9, Juan 13:18, Zacarías 11:12-13, Mateo 26:14-16

Autor: Louis Miori

Devocional

El devocional de hoy se centra en la traición a Jesús por parte de su amigo y discípulo, Judas Iscariote, como fue anticipado en el Antiguo Testamento.

El Salmo 41:9 fue escrito inicialmente por David, quien experimentó la traición de un consejero en quien confiaba. Pero este versículo también señala hacia Jesús, quien fue traicionado por uno de sus seguidores más cercanos: Judas Iscariote. En la antigüedad, compartir una comida era símbolo de amistad y confianza. El acto de comer juntos no era solo una necesidad física; establecía lazos de lealtad. Volverse contra alguien después de haber compartido el pan era una de las traiciones más profundas que se podían imaginar.

Siglos después, en Juan 13:18, Jesús y sus discípulos compartieron la cena de la Pascua —la Última Cena— y Él les lavó los pies, Jesús cita este mismo pasaje diciendo: “El que come pan conmigo, levantó contra mí el talón.”

Jesús sabía lo que se avecinaba. No fue sorprendido por la traición de Judas; al contrario, la vio como parte del plan de Dios. La frase “levantó contra mí el talón” sugiere un acto profundo de traición, como alguien que se prepara para atacar. Sin embargo, aun sabiendo lo que Judas haría, Jesús le lavó los pies y compartió el pan con él. Este momento revela el increíble amor de Jesús y su obediencia al plan divino, incluso frente a la traición.

Zacarías predice el precio exacto por el cual Jesús sería traicionado: treinta piezas de plata. Este detalle se conecta directamente con el momento en el Evangelio de Mateo cuando Judas toma su fatídica decisión, cumpliendo sin saber lo que había sido escrito siglos antes. Más sorprendente aún, la profecía detallaba que las monedas serían arrojadas en el templo y con ellas se compraría un terreno, conocido como el Campo del Alfarero —exactamente lo que sucedió cuando Judas, abrumado por el remordimiento, devuelve el dinero.

La traición de Jesús por parte de un amigo de confianza puso en marcha una serie de eventos: rechazo, falsas acusaciones, humillación y un sufrimiento inimaginable. Sin embargo, a través de todo ello, Jesús permaneció firme, completamente comprometido con su misión: traer salvación al mundo mediante su muerte, sepultura y resurrección.

La Entrada Triunfal

Zacarías 9:9, Mateo 21:1-9

Autor: Michael Neale

Devocional

“Alégrate mucho, hija de Sion; da voces de júbilo, hija de Jerusalén; he aquí tu rey vendrá a ti, justo y salvador, humilde, y cabalgando sobre un asno, sobre un pollino hijo de asna.”— Zacarías 9:9

Los polvorientos caminos de Jerusalén temblaban con expectación. El aire se impregnaba con el aroma de ramas de palma, pisoteadas por pies llenos de esperanza. Siglos después de la profecía de Zacarías, un gran Rey se acerca—no sobre un caballo de guerra, ni vestido con armadura dorada, sino sobre el humilde pollino. El contraste es asombroso. Majestad cabalgando sobre mansedumbre, poder envuelto en humildad. Este era un Rey guerrero de una naturaleza completamente distinta.

Los gritos debieron alzarse como una marea creciente. “¡Hosanna! ¡Bendito el que viene en el nombre del Señor!” (Mateo 21:9). Los ecos de desesperación y asombro resonaban por las colinas. Al extender sus mantos sobre el camino para recibir al Rey que creían restauraría la gloria de Israel, se encendía la semana de semanas. Si yo hubiera estado allí, probablemente también habría malinterpretado la escena. Ellos esperaban conquista, pero Él vino con paz. Anhelaban una revolución estruendosa, pero Él ofreció renovación y redención. Buscaban un león rugiente, pero Él llegó como un cordero manso.

Este momento, profetizado en Zacarías 9:9, no es un espectáculo fugaz, sino otra pieza en el gran mosaico del diseño divino. Jesús no entra como un conquistador terrenal, sino como el libertador del cielo. No viene a derrocar a Roma, sino a vencer el dominio del pecado. Su coronación no será en un palacio, sino en una cruz. Su victoria no se escribirá con sangre derramada en batalla, sino con Su propia sangre entregada por el mundo.

Así como ellos dispusieron sus palmas, depositemos nosotros nuestro orgullo, nuestros temores y deseos egoístas. Demos la bienvenida al Rey humilde y dejémosle entrar en las caóticas y cansadas calles de nuestro corazón, no solo por un momento fugaz, sino para siempre. Su gobierno y Su reinado son plenos y definitivos. Son más profundos de lo que nuestros ojos pueden ver y más poderosos que cualquier espada. Nada eclipsará a nuestro Rey por los siglos de los siglos. Él viene no solo a reinar, sino a redimir y restaurar. Y Su Reino no tendrá fin.

“¡Hosanna! ¡Bendito el que viene en el nombre del Señor!”